Recordemos cada quien nuestro propio pasado, nuestra propia historia. ¿Qué deseábamos de niños
en lo más íntimo?, ¡Ser queridos!, ser valorados, ser apreciados; tenidos en cuenta por quienes
nos rodeaban. Observemos también a nuestro alrededor hoy, donde hay niños, ¿qué quieren?,
¿qué les hace felices? ¡Lo mismo! ¡que estén con ellos, que les den afecto!, que los tomen en
cuenta, los respeten y consideren.
¿Qué encuentra el niño de hoy, así como el de ayer, en cambio? ¿Qué se le pide? ¡Que se porte
bien! ¿Y qué es eso? que no fastidie, que no interrumpa, que no se haga sentir, que no exprese lo
que siente y lo que quiere, que deje de ser niño, que sea como un adulto valga decirle en los
hechos, que un niño tal como es, no puede ser querido, tiene que sacrificarse para obtener amor,
tiene que esconder su condición de niño, bajo un disfraz de adulto prematuro, para ser tomado en
cuenta.
Entonces recibe elogios, todo eso condiciona y determina una conducta, con un sistema de
sentimientos marchitos para poder sobrevivir.
Sí, ¡Sobrevivir! Porque el niño se encuentra inmerso en un mundo que todo lo tiene hecho a la
medida del adulto. Nada de lo que vale está a su alcance, salvo el limitado mundo de sus juguetes.
Esa situación, ese verse inmerso en un mundo y realidad fuera de su dominio, de su talla y su
medida, no hace más que aumentar el sentimiento de inseguridad, indigencia y minusvalía que
definen al niño.
Pero para crecer, para llegar a ser, simplemente para llegar a ser, tiene que partirse de una
conciencia de sí, ¡tiene que partirse de la noticia de que se es! ¡Y se es bueno y se es querible! ¡Y
se vale por todos los esfuerzos que por él se hagan, y vale por todas las privaciones que por él
tengan causa!
Si no arrancamos de ese punto de partida, la esencia de las fundaciones y cimientos de la
personalidad humana, quedará seriamente comprometida.
A esta revisión general que hasta ahora hemos hecho, en lo que podría considerarse un primer
plano, añadiré lo siguiente: Cuántos niños vienen al mundo, como el fruto de un accidente, de lo
que no se quiso o pensó; nacimientos que se les ubica dentro de la categoría de lo que ocurrió "por
mala suerte"; la fatal consecuencia de un actuar apresurado, no integrado a la plenitud del querer
de la persona quien engendra.
¡Cuántos niños vienen y han venido como consecuencia de lo irremediable! ¡Cuántos! ¡De padres
para quienes habría sido preferible no tenerlos! ¿Qué sienten y cómo perciben esos niños el
mundo, en esa situación? ¡Cuando su llegada no fue motivo de alegría sino de tensión, angustia y
sufrimiento! ¿Cuál el mensaje que entre líneas él recibe? ¿Cuál el mensaje que lee en los gestos
bruscos, las intemperancias de sus padres y la queja continua de quienes lo rodean?
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