Una vez cierto individuo se atrevió a decirme que el hombre más feliz de la tierra era él y tuve a
bien informarle que había otro aún más feliz que él: yo.
No vaya a suponerse que en la consecución de esta felicidad no nos salieron al paso mil
contrariedades. Todo lo contrario.
Lo que nos da el gozo completo de haberlas vencido es precisamente la satisfacción de que no nos
arredraron los obstáculos que se nos presentaron, y haber sabido soportar con determinación las
punzadas de las espinas.
No debe esperarse que la vida sea un lecho de rosas; si así fuera, no valdría la pena vivirla.
De la misma manera, al tratar con los scouts, uno está sujeto a sufrir desencantos y
contratiempos.
Hay que armarse de paciencia. Hay personas que con frecuencia echan a perder
sus obras o carrera por falta de paciencia más que por el efecto de la bebida u otros vicios. Habrá
que soportar con paciencia, hasta cierto punto, críticas mordaces y otros sinsabores; pero a la
larga llegará la recompensa.
La satisfacción que se deriva de haber tratado de cumplir uno con su deber, aún a costa de
sacrificios personales, y de haber desarrollado el carácter de los muchachos, que les dará un
horizonte diferente de la vida, trae consigo un premio que la palabra escrita no alcanza a describir
fielmente. El hecho de haber trabajado para que no se repitan esos males que, de darles rienda
suelta, pronto darían al traste con nuestros jóvenes, le proporciona al hombre un consuelo firme de
que por lo menos ha hecho algo por su patria, por humilde que sea su condicion.
Tal es el espíritu que debe animar a los jefes de tropa, comisionados, miembros de los comités,
instructores, organizadores y secretarios (a todos los cuales describe genéricamente y con acierto,
el vocablo "Scouter") en la labor que hacen por el Movimiento Scout.
A este ejército de trabajadores voluntarios se debe la organización y propagación del Escultismo.
Ahí tenemos una prueba notable, aunque muda, de ese delicado espíritu de patriotismo que yace
bajo la superficie de la mayoría de las naciones. Estos hombres ofrecen su tiempo y energías, y en
muchos casos también su dinero, a la tarea de organizar el adiestramiento de muchachos, sin que
ni por un momento pase por su mente la idea de merecer premio o alabanzas por la obra que
hacen. Es que sencillamente aman a su patria y a sus semejantes.
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