El dominio de sí mismo y el desarrollo de amor y servicio al prójimo encierran el sentido de la
misericordia divina, y realizan un cambio total en el corazón del individuo, haciéndole ver un reflejo
de verdadero paraíso y la gran satisfacción que experimenta sintiéndose perteneciente al grupo de
los bienhechores.
La pregunta que se hará entonces el muchacho no será:
"¿Qué saco de ello?" sino ésta: "
¿Qué
puedo dar de mí mismo en la vida?"
No importa cuál sea la forma de religión que adopte más tarde, el muchacho habrá aprendido por
sí mismo sus fundamentos, y conociéndolos mediante la práctica, se convierte en un ciudadano con
amplia visión de bondad y simpatía para con sus semejantes.
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