Si alguien me preguntase cuál es el vicio predominante en el mundo, yo diría: "El egoísmo". Quizás
de pronto ustedes no estén de acuerdo conmigo en esto, pero si piensan detenidamente, creo que
compartirían mi opinión. Las estadísticas judiciales demuestran que la mayoría de los crímenes se
cometen por exceso de egoísmo, en la forma de codicia, venganza, deseo de vencer, etc.
Además
casi todos los hombres darían gustosamente un óbolo para alimentar al desvalido, y se sentirían
satisfechos de haber cumplido con su deber; pero muy pocos tal vez lo harían si para ello tuviesen
que privarse de parte de sus propios alimentos, vinos o postres.
El egoísmo se manifiesta en muchas formas. Tomemos, por ejemplo, la política de partidos.
Un
asunto, que naturalmente tiene varios aspectos, es analizado por ciertos hombres como si en
realidad sólo tuviese uno nada más, o sea el que les conviene a ellos. Esta obsecación engendra en
ellos el odio contra los que no son de su parecer y la pugna puede lanzarlos a perpetrar
abominables crímenes que a veces encubren bajo los nombres más altisonantes. Asi también, las
guerras entre naciones estallan cuando ninguno de los adversarios desea ver el punto de vista del
otro, obsesionado generalmente por sus propios intereses.
Las huelgas y los paros, con frecuencia, son ejemplos de un exagerado egoísmo. En muchos casos,
los empresarios no han querido reconocer que un hombre que ejecuta faenas pesadas merece, en
honor a la justicia, participar de las comodidades y goces del mundo, como fruto de sus esfuerzos,
y no vivir condenado a perpetua servidumbre, en beneficio de los accionistas del negocio.
Por otra
parte, el obrero debe comprender que, sin capital, no habría trabajo en gran escala, y que los
accionistas de una empresa deben percibir alguna ganancia en pago al riesgo de su inversión.
En los periódicos podemos ver ejemplos de egoísmo cuando leemos cartas de hombres de pocas
luces que, por cualquier pequeña contrariedad, recurren a la prensa con el fin de ventilar sus
asuntos. Más aún, podrá verse que así ocurre en todas
las escalas sociales, y hasta en los juegos de los
niños. A veces, cuando uno de éstos se siente disconforme por no haber obtenido
suficientes triunfos, abandona bruscamente el juego diciendo: "¡No juego más!" No
le importa un bledo echar a perder la diversión de sus compañeros; lo único que desea es satisfacer su
despecho.
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