domingo, 23 de noviembre de 2014

EL PLAN - IV

¡Cuan dramática es la situación cuando esas figuras en torno al niño, que poseen el poder y la fuerza, lo rechazan de manera contrastante y permanente! ¿Cómo alcanzar también el poder si no es por la fuerza? ¿Cómo obtener la cuota necesaria para ejecutar y llevar a la práctica la legítima reivindicación? ¡Cuántas tensiones de la sociedad que cómodamente se atribuyen a otras causas, bellamente legitimadas mediante las más elaboradas ideologías tienen en esta realidad que vive el niño y venimos comentando, su verdadera, más profunda y remota causa! Pero volviendo al tema, al segundo punto de nuestro análisis, en que se apoya el plan con el que el Gran Juego apunta su objetivo, estimular en el niño el sentimiento de valoración apoyado en su condición física, a la importancia del cuerpo donde asienta su persona. 
El llevar a la conciencia que él es un cuerpo y tiene un cuerpo, y que son dos aspectos inseparables pero distintos de una misma cosa. Sin esa apreciación se entraba todo. ¡Cuan particular es la psique de un niño minusválido! ¡El niño ciego o sordo de nacimiento; el paralítico, el defectuoso motórico que sabe y siente, a veces para siempre y sin remedio, que no es ni podrá ser como los demás!. 
¡Qué drama y sufrimiento para el niño obeso, sentirse rechazado por su mundo de iguales, por una sociedad que sólo valora al atleta de cuerpo esbelto y musculoso, cifrando en ello los patrones de belleza masculina! Y no digamos nada de la niña que se sabe que no es hermosa y no es capaz de atraer. Cuánta angustia por verse menos dotados unos que otros; cuánto temor al ridículo, cuánto sufrimiento por sentirse como marcados por el destino, que no quiso dotarlos en igual condición que otros, llegado el momento del reparto, de la fuerza física o belleza natural. 
Los especialistas en el conocimiento y tratamiento de los trastornos de la conducta humana, saben cuantos males arrancan en un sentimiento de inferioridad no corregido a tiempo. Volvamos a pensar en lo que eso pesa en una niña, para quien su belleza y capacidad de atraer con ella al varón, es una garantía de destino.
¿Habrá necesidad de más ejemplos? ¿De más argumentos para convencer de la importancia de todo ello?.
Recordemos cómo goza el adolescente, al ver su crecimiento y su diaria transformación, en ese período de su vida. Sus biceps, sus incipientes bigotes, los cambios de la voz, su capacidad de superar cada día la marca conquistada el día anterior.
¡Pues bien! El Gran Juego toma en cuenta este punto. Permanentemente en todas las actividades y de manera inseparable, se insiste y reinsiste en ese aspecto de la valoración del físico, de la corporeidad del individuo. Y si pensamos detenidamente, una prueba de ello es también el uniforme; él representa como un nuevo ropaje, una nueva piel, con la cual el individuo se presenta en su exterior, a la vista de los demás. El revela en lo externo lo que supone ser un cambio en lo interno; las insignias como señal de progreso, muestran su diario cambio en el camino de la destreza y la propia afirmación, en otras palabras, informa y da testimonio de la posibilidad del progreso permanente, hacia el objetivo de un desarrollo pleno.

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