jueves, 4 de octubre de 2012

Alegría de vivir - II

 Se necesita algo que satisfaga más completamente los anhelos del corazón que cualquier obra de abnegación personal. Debe ser algo que vaya de acuerdo con la percepción de la belleza y de un ideal. La virtud personal no basta y yo no puedo dar una definición del bien ideal; pero me parece que, en alguna forma, debe ir estrechamente asociado con la belleza ideal de la naturaleza."
En otras palabras, se podría decir que la felicidad es una combinación de íntima convicción y de sentido común. Y se gozará cuando la conciencia y los sentidos estén igualmente satisfechos.
Si la definición que hemos citado es la verdadera, la correlativa es por lo menos igualmente acertada, o sea que la apreciación de la belleza no produce felicidad a menos que se tenga paz de conciencia.
De ahí que, si queremos que nuestros muchachos sean felices en la vida, debemos imbuirles la costumbre de hacer el bien al prójimo, además de enseñarles a apreciar las bellezas de la Naturaleza. El paso más corto para alcanzar esto último es mediante el conocimiento del concierto de la Creación. 
La gran mayoría de los muchachos tiene cerrados los ojos del alma y al Jefe de Tropa corresponde la dicha de realizar el milagro de abrírselos. Cuando el germen del conocimiento de los bosques ha entrado en la mente de un muchacho, la observación, la memoria y la deducción se desarrollan automáticamente, y entran a formar parte de su carácter, quedando integrados en él, no importa cuál sea la senda que siga en la vida. A medida que se presentan las maravillas de la naturaleza a la mente joven, puede también mostrársele la belleza que encierra para que la vaya comprendiendo gradualmente. 
Cuando en la mente se ha dado cabida a la apreciación de la belleza, ésta crece simultáneamente con la observación, y lleva alegría y optimismo al corazón aún en el ambiente más árido. Haciendo nuevamente otra digresión.., un día crudo, nebuloso y obscuro, en la grande y lóbrega estación de Birmingham, en Inglaterra. . . nos vimos arrastrados por una multitud de tiznados trabajadores y militares en viaje. Mas, a pesar de ello, empecé a mirar con atención a mi alrededor, mientras trataba de caminar. 
Luego proseguí; me detuve; volví a mirar, y reanudé la marcha, hasta que recogí una imagen completa de todo cuanto me rodeaba. No creo que mis compañeros lo notaron, pero yo sí observé en aquella sombría cueva un rayo de luz que puso optimismo en mis actividades de ese día; y no fue más que una enfermera de uniforme carmelita, con una gloriosa cabellera roja, llevando en sus brazos un gran ramo de crisantemos. Quizá para ustedes esto no habría constituido nada extraordinario, pero no para aquellos que tienen ojos para ver esas notas de luz que se presentan hasta en el ambiente más depresivo. 
Es muy común la idea de que los niños no pueden apreciar la belleza y la poesía; pero recuerdo cierta vez que se mostraba a un grupo de muchachos la pintura de una tormenta, acerca de la cual Ruskin había dicho que en esa escena de desolación, sólo había un signo de paz y de belleza. Uno de ellos señaló inmediatamente un rincón de plácido cielo azul que dejaba libre la cubierta de plomizos nubarrones. La poesía los atrae también en forma que es difícil apreciar. 
Cuando el sentido de la belleza empieza a embargarlos, su mente parece que ansia expresarse en forma diferente a la prosa diaria. En la prosa puede hallarse poesía de la mejor calidad, algunas veces; pero generalmente la belleza poética se asocia con el ritmo y la rima. Por tanto, ésta (la rima) es lo que incita el mayor esfuerzo de los jóvenes aspirantes a poetas. 
Y la experiencia ya les habrá dicho a ustedes que, cuanto más alienten a los vates en ciernes por el camino de la poesía, mayor será el número de versos ramplones que les darán a leer. Alejen de esa senda, si pueden, a los que carezcan de talento y los dones indispensables. En el mundo es ya demasiado crecido el número de poetastros.

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