Para que una nación prospere debe tener disciplina, y ésta sólo se consigue en las masas
disciplinando al individuo. Con ello quiero significar obediencia a la autoridad y a los otros dictados
del deber.
Esto no puede lograrse con medidas represivas, sino fomentando y educando al muchacho primero
en la autodisciplina y en el renunciamiento de sus propios placeres en beneficio de los demás.
Esta
enseñanza tiene una gran eficacia mediante el ejemplo, señalando obligaciones al muchacho y
esperando de él que sea digno de confianza.
El Sistema de patrullas impone una gran obligación a sus jefes haciéndolos responsables de todo lo
que sucede entre los scouts que dirigen.
En 1596, Sir Henry Knyvett hizo ver a la reina Isabel que el Estado que descuida la instrucción y
disciplina de la juventud no solamente forma malos soldados y marinos, sino que produce el mal
mucho mayor de que sus ciudadanos sean igualmente malos en la vida civil, o, según sus propias
palabras: "La falta de una verdadera disciplina hace que las riquezas del príncipe y del país se
dilapiden frivola y lamentablemente."
El orden y la disciplina no se consiguen castigando al niño por un mal hábito, sino proporcionándole
una ocupación mejor que absorba su atención y gradualmente lo haga olvidar y abandonar la mala
costumbre.
El Jefe de Tropa debe imponer rápida y rígidamente la disciplina aún en sus mínimos detalles.
Déjese a los muchachos en entera libertad sólo cuando se crea conveniente darles rienda suelta, lo
cual de vez en cuando es provechoso.
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