martes, 2 de octubre de 2012

Disciplina

Para que una nación prospere debe tener disciplina, y ésta sólo se consigue en las masas disciplinando al individuo. Con ello quiero significar obediencia a la autoridad y a los otros dictados del deber. Esto no puede lograrse con medidas represivas, sino fomentando y educando al muchacho primero en la autodisciplina y en el renunciamiento de sus propios placeres en beneficio de los demás. 
Esta enseñanza tiene una gran eficacia mediante el ejemplo, señalando obligaciones al muchacho y esperando de él que sea digno de confianza. El Sistema de patrullas impone una gran obligación a sus jefes haciéndolos responsables de todo lo que sucede entre los scouts que dirigen. 
En 1596, Sir Henry Knyvett hizo ver a la reina Isabel que el Estado que descuida la instrucción y disciplina de la juventud no solamente forma malos soldados y marinos, sino que produce el mal mucho mayor de que sus ciudadanos sean igualmente malos en la vida civil, o, según sus propias palabras: "La falta de una verdadera disciplina hace que las riquezas del príncipe y del país se dilapiden frivola y lamentablemente." 
El orden y la disciplina no se consiguen castigando al niño por un mal hábito, sino proporcionándole una ocupación mejor que absorba su atención y gradualmente lo haga olvidar y abandonar la mala costumbre. 
El Jefe de Tropa debe imponer rápida y rígidamente la disciplina aún en sus mínimos detalles. Déjese a los muchachos en entera libertad sólo cuando se crea conveniente darles rienda suelta, lo cual de vez en cuando es provechoso.

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