La actitud del Escultismo en lo tocante a religión, aprobada en nuestro Consejo por los jefes de las
diferentes sectas y creencias, es como sigue:
"(a) Todo scout debe pertenecer a alguna secta religiosa, y asistir a los actos o servicios que ella
prescribe."
"
(b) Cuando la Tropa se componga de creyentes de una religión determinada, es de esperarse que
el Jefe de Tropa se ajuste a las prácticas y enseñanza de dicha religión, en la forma que crea más
conveniente, de acuerdo con el capellán o autoridades religiosas correspondientes."
"(c) Si la Tropa está formada de adictos a credos religiosos distintos, se le debe inducir a cada
muchacho a concurrir a los servicios y prácticas de su religión respectiva, y en el campamento se
puede establecer la costumbre de decir diariamente una especie de plegaria, y celebrar un servicio
semanal de carácter sencillo, al cual asistan voluntariamente."
El Jefe de Tropa no puede ser muy desacertado si toma estas normas como guía. Estoy
plenamente convencido de que hay más de una manera de inculcar la veneración. La elección de
una de ellas depende de las circunstancias y del carácter individual del muchacho. La clase de
instrucción que convenga a uno puede que no surta los mismos efectos en otro, y queda al
instructor, ya sea el Jefe de Tropa o el Capellán, la elección de la más apropiada.
Hablando desde el punto de vista de la gran experiencia personal que he tenido con algunos
millares de jóvenes que han estado a mi cuidado, he llegado a la conclusión de que las
convicciones religiosas han guiado muy poco las acciones de la mayoría de nuestros hombres.
Esto puede atribuirse hasta cierto punto al hecho de que a menudo se ha empleado la instrucción
en lugar de la educación en la preparación religiosa del niño.
La religión se inspira, no se enseña. No es una indumentaria dominguera, sino una parte integrante
del carácter del muchacho y del temple de su espíritu. Es asunto personal, de pura e íntima
convicción, y no resultado de la enseñanza objetiva.
Por eso, a veces, los mejores alumnos de las clases dominicales de doctrina o lectura de los libros
sagrados, aferrándose demasiado a la letra del texto, pierden la idea fundamental, y se convierten
en fanáticos intransigentes; mientras los que forman la mayoría, que en el fondo nunca están
entusiasmados con este estudio, tan pronto como abandonan las aulas caen en la indiferencia y la
irreligión, quedando sin orientación espiritual en ese período dificultoso de la vida que transcurre
entre los dieciséis y los veinticuatro años de edad.
No a todo hombre le es dado llegar a ser buen profesor de religión y a menudo los más celosos son
los que más fracasan, siendo lo peor que no se dan cuenta de ello.
Afortunadamente, contamos entre los Jefes de Tropa con un crecido número de hombres
competentes en este ramo.
Pero tal vez hay muchos que duden de su influencia, y en ese caso es
preferible que busquen un capellán o un instructor experimentado para su Tropa.
No obstante, el Jefe de Tropa puede prestar una inmensa cooperación al director espiritual, de
igual manera que lo hace con el maestro de escuela, inculcando a sus muchachos, en el campo y
en el local de reuniones, la aplicación práctica de lo que en teoría han estado aprendiendo en la
escuela.
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