domingo, 5 de octubre de 2014

Relatos de San Francisco de Asís - I

Hermano Lobo Cuando San Francisco vivía en la ciudad de Gubbio, apareció por los alrededores un lobo grandísimo, terrible y feroz. El lobo no sólo devoraba las ovejas que los pastores llevaban a pacer, sino que a menudo atacaba a los hombres. Los habitantes de Gubbio temblaban de miedo, sobre todo cuando el lobo merodeaba por las murallas de la ciudad. Cuando la gente salía fuera de las murallas, iba armada con palos y horcas corno para pelear en la guerra. Y sin embargo, si uno se encontraba solo frente a aquella terrible fiera, era incapaz de defenderse y el lobo le devoraba. Nadie se atrevía ya a salir de la ciudad y ni siquiera de casa. San Francisco, compadecido de aquella pobre gente, decide salir al encuentro del lobo. Los ciudadanos se lo desaconsejan: 
-¡Por Dios! ¡No vayas! ¡El lobo te devorará! Pero San Francisco toma consigo algunos compañeros y, haciendo el signo de la cruz, sale fuera de las murallas confiando en Dios. Después de un trocito de camino los compañeros le abandonan porque tienen miedo de ir más adelante. San Francisco, por el contrario, sigue caminando hacia el lugar donde solía estar escondido el ferocísimo lobo. Los habitantes de Gubbio se suben a las murallas para ver cómo iba a terminar aquello. Y decían entre ellos: 
-El lobo devorará seguramente a nuestro San Francisco. El lobo, percibiendo todo aquel jaleo, sale de su guarida rechinando los dientes. Está tan furioso que deja caer espumarajos de la boca. Echa a correr hacia San Francisco. Tiene los ojos encendidos de rabia. San Francisco no está armado. No tiene ni siquiera un palo. Lleva los brazos cruzados sobre el pecho. El lobo se para delante de San Francisco. El santo levanta mano y hace la señal de la cruz en dirección al lobo, y luego le dice con voz decidida: 
-¡Ven aquí, hermano lobo! Te ordeno que no hagas daño ya, ni a mí ni a ninguna otra persona. San Francisco mira al lobo en los ojos. El lobo entonces cierra la boca, mete el rabo entre las patas y se acerca cabizbajo a San Francisco. Y cuando llega a los pies del santo, se acocha como un perrito. San Francisco le habla así: 
-Hermano lobo, has hecho mucho daño. Has matado a muchas criaturas de Dios sin su permiso. Has devorado a las bestias y hasta has tenido el atrevimiento de matar a hombres y niños. Por esta tu maldad merecerías que te ahorcasen como a un asesino. La gente de esta ciudad murmura y grita contra ti, y en este territorio todos te son enemigos. Pero yo quiero, hermano lobo, hacer la paz entre ti y los habitantes de Gubbio. Si tú no vuelves a ofenderles, ellos te perdonarán tus pasadas fecharías. Los ciudadanos, desde lo alto de las murallas, oyen las palabras de San Francisco y todos se quedan boquiabiertos de estupor. El lobo, a las palabras del santo, mueve el rabo, agacha las orejas e inclina la cabeza, como para dar a entender que acepta lo que el santo ha dicho. San Francisco continúa:

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