lunes, 6 de octubre de 2014

Relatos de San Francisco de Asís - II

-Hermano lobo, yo te mando que vengas ahora mismo conmigo, sin dudarlo. Tenemos que firmar esta paz entre ti y el pueblo de Gubbio. San Francisco da media vuelta y se encamina hacia la ciudad. El lobo le sigue detrás como un perrito domesticado. A todos se les escapa un «¡Oh!» de maravilla. En seguida la noticia de la conversación del lobo se esparce por la ciudad. Los que habían permanecido escondidos en casa salen fuera, y todos se reúnen en la plaza. Hacen corro alrededor de San Francisco y del lobo. Los niños están en primera fila, curiosos de ver desde cerca aquel lobo grandísimo, terrible y feroz. San Francisco dice dirigiéndose a la gente:
-Oíd, hermanos míos. El hermano lobo que está aquí delante de vosotros me ha prometido hacer la paz con todos; pero vosotros debéis prometerle que le vais a dar cada día el alimento necesario para quitarle el hambre. Yo os garantizo que el hermano lobo mantendrá la promesa de no volver a molestaros.
El pueblo aplaude y acepta las condiciones del pacto. San Francisco se dirige al lobo, que durante todo el tiempo ha permanecido de pie y con la cabeza gacha: -Y tú, hermano lobo, ¿Prometes solemnemente observar el pacto de paz? ¿Prometes que ya no volverás a molestar ni a los hombres ni a los animales ni a ninguna otra criatura viviente? 
El lobo entonces dobla las patas delanteras, se arrodilla, inclina repetidamente la cabeza, mueve el rabo y agacha las orejas. Con todos estos gestos quiere demostrar, en lo posible, que observará el pacto. San Francisco añade: 
-Hermano lobo, quiero que me prometas mantenerte fe a estas condiciones aquí ante todo el pueblo. Entonces el lobo, de pie, levanta la pata delantera derecha y la pone en la mano del santo. San Francisco estrecha fuertemente la pata del lobo. Toda la gente aplaude. Los niños se acercan al lobo y empiezan

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