viernes, 21 de septiembre de 2012

Cómo atraer al scout (muchacho)

A mi me place comparar al hombre que trata de lograr que los muchachos caigan bajo buena influencia con un pescador aficionado deseoso de triunfar en su deporte.
Si un pescador ceba su anzuelo con la misma clase de alimento que a él le gusta, lo más probable es que no atrape muchos peces, y seguramente menos a los cautos y grandes. Así pues, tiene que emplear la carnada que agrade a los peces.
Lo mismo pasa cuando de muchachos se trata; si se intenta predicarles lo que uno considera edificante, no se dejarán atrapar. Cualquier cosa que tenga viso de estricta perfección y santidad, ahuyentará hasta los más resueltos de entre ellos; y son ésos precisamente a los que hay que atraer. La única manera de pescarlos es presentándoles algo que realmente los atraiga e interese. Y estoy convencido de que ésto lo tiene el Escultismo.

Luego ha de ser posible aderezárseles con lo que se crea conveniente.

Lo que el Jefe de Tropa hace, eso hacen los muchachos. Los scouts reflejan a su jefe. De la abnegación y sacrificio del Jefe de Tropa, los scouts aprenden la práctica de hacer sacrificios voluntariamente para ' rendir servicios a la patria.
 Para poder ganarse la confianza del muchacho, uno debe de ser su amigo; pero al principio no hay que precipitarse a establecer esa relación, sino esperar que haya dejado de ser huraño. El escritor E. D. How, en su libro titulado "Book of the child" (Libro del Niño) sintetiza el procedimiento correcto para estos casos en la siguiente anécdota: 
"Un hombre, a quien el paseo cotidiano llevó cierta vez por una calle poco elegante, vió a un pilluelo, de cara sucia y piernas mal desarrolladas, jugando en la cuneta con una cáscara de plátano. El hombre le hizo una inclinación de cabeza... El muchacho se alejó lleno de temor. Al día siguiente, el hombre volvió a inclinar la cabeza. El pequeño se había dado cuenta de que no tenía nada que temer, y le lanzó un salivazo como respuesta. Al otro día, el rapaz sólo se quedó mirándolo. Al subsiguiente, exclamó: "¡Ea!" cuando pasaba el hombre. Andando el tiempo, el chicuelo correspondió con una sonrisa al saludo que ya estaba acostumbrándose a recibir. Y por último, el triunfo fué decisivo, cuando el muchacho estaba esperando en la esquina, y tomó los dedos del hombre entre sus manitas sucias. Era aquella una calle sombría; pero al hombre le pareció desde entonces uno de los lugares más brillantes que había visto en su vida."

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